La música, no obstante sea sublime, no es que una concatenación de ruidos, particularmente agradables para el oído, articulados y coordinados para estimular nuestra sensibilidad que, en ciertos momentos, llega a sentirse satisfecha también espiritualmente.

Y si un día todo se demostrase diferente dándonos la certeza que lo diferente de antes ha sido solamente un gran error prolongado en el tiempo, tal vez tendríamos razón si negásemos esta evidencia para no tener que decir que hemos perdido otra certeza recibiendo a cambio una nueva certeza destinada a permanecer incierta para siempre.

A veces esconderse detrás de la simple justificación de ser víctimas de una coerción autonóma e individualmente personal, no es otra cosa que la pueril intención de ocultar la pena causada por una libre elección de la que no estamos completamente convencidos.

Si fuese un poco más ordenado no perdería días enteros para poner en orden lo que desordenadamente había ordenado tiempo atrás.

Toda realización artística, cuando es válida, adquiere un valor estético que, siendo limitado a nuestra sensibilidad, es completamente subjetivo. Teniendo en cuenta que nuestra subjetividad es el resultado (como todo lo que somos) de millones de años de selección natural, estimulada y condicionada por el ambiente natural de nuestro planeta y solamente por esto, los valores adquiridos pueden no ser válidos si se los considera en un contexto universal.