Te abrazo abrazándome: ¿amándote o amándome?

En mi visión personal la mujer representa estaticidad, el hombre movimiento. La mujer es el presente, el hombre el futuro. Sólo el pasado es pasado y basta; tal vez por el hecho de que representa una fusión exacta.

He tenido una nada densa de importancia, lo que para ti era tanto, para mí era tan poco que ni siquiera he logrado verlo. He tenido una persona que me escuchaba y ahora que hablo a las paredes, entiendo.

A la espera de mañana, de los días que vendrán, del futuro… del vórtice de sensaciones que, nuestro cómplice, desde hace tiempo está en acecho.

“¡Adios!” dijo y se suicidó renunciando a nacer.

La arquitectura del tiempo, en el iris del propio epitafio, busca el vuelo del alma perdida en el laberinto de un guardián imperial que, desde siempre en el umbral, se obstina en vigilar.

Es presumible por lo menos que dos puntos eternos, en eterno movimiento, deberían eternamente chocar o eternamente no chocar o chocar y no casualmente por la eternidad. Teoría sin dudas probable pero no cierta; en realidad dos puntos del problema destinados a permanecer oscuros.

La violencia nunca es un fruto; siempre y sólo una semilla.

Pequeño, egocéntrico microcosmos periférico del universo: yo; como todos.

Un astuto e inaferrable asesino se insinua en mi mente para eliminar el egocentrismo. ¡Estúpido y necio suicida! Bajo forma de reflexión y lógica, mata ideales e ilusiones. Eclipsa las perspectivas resaltando el presente. Lo inmediato emerge como proyección estática de un tiempo remoto ya inalcanzable.
Y en un subseguirse de sensaciones antitéticas y contrastantes yo, víctima y verdugo, observo con sádica y masoquista complacencia, una mutación de por sí inmutable de todos modos.