La embriaguez de un temblor desconocido en una conmoción del alma que abre los caminos del corazón.

En casa tengo una pequeña isla feliz pero es demasiado pequeña.

En las noches en que las sombras se hacen más obscuras, en una atmosfera ilusioria e irreal, mi pensamiento, como un vampiro absurdo, quisiera entrar en el cerebro de los otros para extraer energía vital.

Libre de todo y de todos y no obstante ello tan sujeto y esclavo de lo que ha sido y que, como una sombra de dimensiones ilógicas, se extiende sobre el presente y sobre el futuro.

Una colmena en mi mente y nunca… nunca una gota de miel.

Resistir es deshumano pero creo que soy tan poco humano que el decirlo tiene un escaso sentido lógico.

Externamente al lado de la esperanza de una presencia mientras la mano permanece inmóvil por miedo de no aferrarla y… no aferrarla nunca.

¿Qué remordimiento puede sentir la abeja que ignora una flor? Si siento un remordimiento es propio el de no haber sido un insecto.

El llanto desesperado de un niño que deseaba ir a ver Bambi.
Si pudiese volver atrás mi llevaría al cine.

Te siento cada vez más cerca, eres la deformación de mis imágenes sagradas, el dolor de la sonrisa, la esponja inacabable de la tristeza, la división de mis células cerebrales en tantas pequeñas fracciones que luchan entre ellas.
No te odio; tal vez serás mi evasión.
Y mientras el resto en torno sigue el propio camino preestablecido, constante, enfurecido, sin posibilidad de alternativas reales, yo vivo mi monotonía en una vita veloz.