Llendo atrás en el tiempo para reencontrar sensaciones antiguas que creía adormecidadas para siempre.

Soplando entre las persianas el viento me lleva lejos, donde la voz del pensamiento susurra una vieja y querida canción sin palabras.

A menudo, con prepotencia, se asoma el deseo de renacer y sin raíces, poder gustar de nuevo el placer de un instinto adormecido, pero la memoria, que es mi enemiga, siempre me ha traicionado cortándome las alas.

Colmado de sensaciones viejas y nuevas, respiro profundamente el aire de este verano que está por terminar.

Al lado del abismo; vacilando siempre, sin nunca caer.

Es de noche y el viento que sopla violento fuera de la ventana entona un lamento al que es difícil responder; como siempre sucede. Recuerdo un noche de tantos años atrás. Estaba en Berlín en un hotel bastante cerca del Muro. También en aquel momento el viento soplaba tal vez más furioso y yo me cubría con las mantas con el inútil objetivo de no sentirlo porque tenía la extraña sensación que en ese silbido se ocultasen gritos de dolor.

Una vorágine repugnante vomita sobre mí todas sus limitaciones y, mientras siento que la odio, mi imagen se rompe en ella.

A veces seguridad y estabilidad erran buscando una meta lejana, un refugio seguro donde la esperanza no se deba perseguir, donde el día no sea drama y el reposo pesadilla, donde después del donde no se encuentre un signo de interrogación.

En la cola del pasado a menudo se puede ver el horizonte reflectante de un futuro todavía presunto.

Un huracán imprevisto y fugaz desaparece de golpe dejando solamente la duda que haya sido verdadero o no.