Decir que la nada es un infinito espacio de nada significa formular un concepto tan elemental, tan pobre y carente de pensamiento, que puede ser utilizado como ejemplo de sí mismo.

Durante el transcurso de la vida siempre más veloz el futuro se transforma en pasado.

Nostalgias, recuerdos, remembranzas, pesares; los juegos de la memoria que reaniman el pasado regalan la suprema ilusión de vivir el presente.

Algo, alguien, nada, ninguno, todo; tal vez todos la misma persona en tiempos, espacios y dimensiones diferentes, pero sólo uno: la vida en sus diversas formas.

Gota a gota se han formado lentas, monótonas, incesantes, constantes, en cada instante, a lo largo de milenios, sin que ningunos ojos pensantes las comtemplase. Nada más cercano a la idea de eternidad.
Estalactitas: inútil reloj del tiempo.

A veces detenerse más de un momento en un pensamiento puede ser peligroso. Cuando el pensamiento existe no podemos hacer nada más que extraerlo de nuestra mente materializándolo en una determinada manera, es decir, limitarnos a comprenderlo, pues ya existe aunque si aún no se ha manifestado.
El peligro subsiste cuando el pensamiento todavía no existe, cuando aún debe nacer dentro de nosotros, porque ¿cómo es posible detenerse más de un momento en un pensamiento que todavía no existe?

Hipotecar el pasado: imposible pues no existe más.
Hipotecar el futuro: imposible pues aún no existe.
Hipotecar el presente: imposible pues no existe.

Pasado, presente, futuro. Para cada individuo existe un sentido aparente exclusivamente personal.
Universalmente el sentido aparente, examinado por una mente pensante, asume un aspecto histórico.
Extrauniversalmente el sentido, si admitimos que existe, es sólo aparente, pues el presente, el pasado y el futuro deberían identificarse en una fusión única extratemporal.