
Es verdad que, aunque si yo nunca dejo a nadie, ser dejados es siempre doloroso, aún cuando se está acostumbrado como lo estoy yo. Por eso es que para no sufrir me debo abandonar, dejarme solo sin poder consolarme, porque la ternura, la comprensión que puedo darme a mí mismo son más dolorosas que la soledad. Ni siquiera puedo enojarme con quien me ha traicionado, porque lo ha hecho sin entender y propio por esto que no es culpable y por tanto no merecer que la abandone. Y así no tengo otra solución que abandonarme a mí mismo y quedarme solo, sin aquel que la ha amado. Por consiguiente, quedándome solo, ya no puedo volver a amar quien he amado porque en realidad el que ha amado se ha perdido para siempre.