El tiempo es la constante que de manera decisiva predomina en mis sueños en este momento. En la grande, desadornada cocina con el cieloraso de madera de una casa deteriorada, una vieja, con una escoba de paja y un balde de cobre consumidos, recoge cacharros de porcelana tirados en el suelo. Pero la apariencia no me engaña: esos cacharros son pedazos de tiempo.

En la estepa desmesurada el caballero sin rostro cavalga su negro corcel.
En el horizonte, por pocos segundos, su imagen se recorta nítida y superbia, luego desaparece, devorada por la oscuridad de la noche.
¿Un sueño? ¿Un deseo? ¿Una pesadilla? ¿O sólo un breve regreso a las fantasías de la infancia?

A veces la mañana se llena de pesadillas nocturnas donde realidad y fantasía se funden en una simbiosis alucinante e irreal. Pareciera que el cerebro, no siendo capaz de quedarse anclado en las realidades del día, se empeñase en apagar el propio deseo de fuga en las fantasías del sueño.

A veces soñamos cosas particularmente peculiares y convincentes que muy seguido contribuyen a estimular la curiosidad a través de una rica exposición de interrogaciones difíciles de interpretar porque están disfrazadas y falseadas por las barreras del inconsciente.

Sueños colmos de sueños que lamento no poder recordar porque ricos de transposiciones diurnas densas de significados y de aclaraciones. Por otra parte, el hecho de no recordarlos es inconscientemente prudente y, por consiguiente, consecuencialmente justo.

Tiempo atrás soñé esto: una muchacha rubia y con un aspecto bastante agradable, triste y acongojada porque su hombre la quiere abandonar, implora a un individuo, del que recuerdo sólo el enorme sombrero negro de alas anchas, para que la ayude. Para obtener que éste convenza u obligue el hombre amado a permanecer en la ciudad donde vive ella, le da veintimil euros que son todos sus ahorros. El individuo acepta y le promete que hará realidad su deseo.
Pocos días después el avión en el que se encuentra el hombre de la muchacha explota mientras vuela y lo que queda de su cuerpo viene sepulto en una tumba cuyo valor es de veintimil euros exactos. La muchacha muy abatida le pregunta al individuo del gran sombrero porqué le hizo todo esto.
“¿No es lo que deseabas?” le responde el hombre y, con una sonrisa irónica, se va.
Cuando me desperté entendí cómo, a veces, nacen las inspiraciones para mis cuentos…