Entre la nada y un universo estático no existe ninguna diferencia, pero es suficiente que el más pequeño de los planetas se mueva mínimamente para modificar su esencia. Y es así que la nada puede transformarse en el todo y viceversa.

Si se pone en movimiento, la nada deja de ser nada.

La cronología temporal está determinada por el movimiento.

Detrás de nosotros los días vividos se rompen en mil fracciones de tiempo que en vano la memoria intenta conservar en un cofrecillo.

Siempre he identificado la vida con un viaje en un tren que se detendrá en una sola estación. La última.

Todo: el estremecimiento de la nada en la nada.

Si pensamos que el aspecto primordial de un pantano inmerso en la neblina refleja con benevolencia la atmósfera y el ambiente en el que se originó la vida, no debería sorprendernos cómo ella se concluyerá.

El espacio existe sólo como parámetro ilusorio de nuestra dimensión, que también ella es ilusoria como ocurre con el tiempo que es igualmente inexistente, porque calcula la ilusión que nos viene dada por la sensación de existir.

Como todo el resto, también el tiempo es infinito. Infinito como tal, pero esencialmente porque la parte más infinitesimal que somo capaces de medir o de concebir la es. Esto vale también para un sonido, para una mirada y para una idea.

Percibimos el tiempo a través de la ilusión de poder fraccionar la eternidad.